martes, 6 de julio de 2010

Esos músicos y cineastas cabreados...

(Primera publicación: 4 de diciembre de 2009)

Me parece un gran privilegio vivir un momento tecnológico, económico, social y cultural como éste.

Lo que está pasando en Internet presagia un mundo que, como dijo alguien en su día, en poco tiempo no lo va a conocer ni la madre que lo parió.

Es tópico reiterar que vivimos una revolución, pero algo importante está pasando. Se remueven los cimientos de algo cuyas consecuencias desconocemos.

El tsunami que se desató la mañana del pasado miércoles, cuando en muy pocas horas el "manifiesto en defensa de las libertades fundamentales en internet" se propagó por la red a la velocidad de la luz, lleva todo el camino de convertirse en un momento clave, de esos que fijan un antes y un después en la manera de abordar ciertos asuntos.


Ángeles González Sinde, todavía ministra de Cultura


Los chicos -y chicas- del ministerio de cultura no acaban de querer enterarse que el mundo está cambiando. Se resisten a admitir que todos los chollos, al igual que todas las prebendas que en el mundo han sido, tienen su principio y su fin y que los derechos de los autores hay que defenderlos, sí, pero no a costa de poner en peligro la libertad de expresión como denunciábamos en el manifiesto todos los que modestamente contribuimos a propagarlo.

Todavía me froto lo ojos, y los oídos, porque no acabo de creerme que quien saliera en todos los informativos el otro día vaticinando en tono apocalíptico “el fin de la música” si no se paraban las descargas en internet fuese ni más ni menos que mi admirado Luis Eduardo Aute. Vergüenza ajena me produjo escuchar a la cantante Rosario llorando, pobrecita, porque se iba a morir de hambre si esto seguía así.



Mis hasta ayer adorados Luis Eduardo Aute y Rosario Flores


- No se enteran, Juan, me decía la mañana de este viernes el abogado sevillano David Bravo, especializado en asuntos de propiedad intelectual. Pronosticar el fin de la música porque esté en peligro una determinada manera de propagarla, sostiene David, es como anunciar el fin del sexo porque te descargues una película porno.

En el punto quinto del manifiesto que difundíamos el miércoles, podía leerse textualmente:
“Los autores, como todos los trabajadores, tienen derecho a vivir de su trabajo con nuevas ideas creativas, modelos de negocio y actividades asociadas a sus creaciones. Intentar sostener con cambios legislativos a una industria obsoleta que no sabe adaptarse a este nuevo entorno no es ni justo ni realista. Si su modelo de negocio se basaba en el control de las copias de las obras y en Internet no es posible sin vulnerar derechos fundamentales, deberían buscar otro modelo”

Saber adaptarse, buscar otro modelo. Ésa es la clave

J.T.

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