jueves, 10 de febrero de 2011

Pequeño paseo por Berlín

Zigzagueo entre los dos mil setecientos once bloques de cemento inmunes a pintadas -todos con la misma dimensión en su base pero con distintas alturas- que homenajean en pleno corazón de Berlín a las víctimas del nazismo, y no puedo evitar experimentar un turbador escalofrío.
Clase de historia berlinesa entre los bloques de cemento que recuerdan a las víctimas del nazismo

El emplazamiento geográfico de este monumento en memoria del Holocausto tiene sus bemoles: doscientos metros hacia el norte se encuentra la emblemática puerta de Brandenburgo; doscientos metros hacia el sur, el descampado bajo el que permanece sepultado el búnker donde Hitler se suicidó: un parking al aire libre tapona y disimula este horrible lugar cuyo emplazamiento está poco divulgado.
Patricia y Jacobo camino del monumento en memoria del Holocausto y del búnker de Hitler. Al fondo, la puerta de Brandenburgo

- La mayoría de los berlineses desconocen dónde se encuentra el búnker, nos dice Jacobo, el competente asesor que este jueves nos ayuda a entender un poco mejor las tripas de la ciudad.

Justo bajo este descampado está sepultado el búnker donde Hitler pasó los últimos días de su vida

El búnker de Hitler, el monumento a sus víctimas y la Puerta de Brandenburgo se encuentran en territorio del antiguo Berlín Este, alineados los tres a escasos metros del lugar por donde discurría el muro que mantuvo incomunicadas durante 28 años (1961-1989) las dos partes de la ciudad.

- Berlín es una ciudad que tiene mucho morbo, me dice Luis, compañero de trabajo de mi hija Patricia.

La verdad es que, en poco más de un siglo, se han concentrado demasiados acontecimientos aquí que han evidenciado la ejemplar capacidad de Berlín para reinventarse, para renacer, para empezar de cero una y otra vez.
El Parlamento (Reichstag), cerca de la zona por la que nos movemos, lo demuestra: destruido por un incendio en 1933 (sospechoso y nunca bien aclarado episodio que sirvió a Hitler para acaparar todo el poder y abolirlo), machacado y denostado durante casi sesenta años, mostró al mundo todo su esplendor de nuevo en 1999 cuando los parlamentarios regresaron de Bonn.
Todo su esplendor, con la impresionante guinda de la cúpula transparente diseñada por Norman Foster. Una cúpula abierta al público que permite a los visitantes observar a los diputados mientras estos asisten a las sesiones parlamentarias.
Abierta al público… pero hasta hace poco. Ya no. Al menos de momento. Vallas y policías controlan ahora el acceso, cuyo flujo –eran famosas las horas de espera necesarias para conseguir visitarla- se ha dosificado desde el pasado verano. Incluso ha permanecido completamente inaccesible durante varios meses por amenaza de atentado.

No se aburre uno aquí.

J.T.

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