viernes, 5 de abril de 2013

Límites a la libertad de información. Ignacio González asoma la patita


Ignacio González, ese señor al que pillaron por Cartagena de Indias con bolsas de contenido desconocido y que figura como dueño de un imponente ático en la Costa del Sol, cree que no estaría mal poner límites a la libertad de información para que no salgan a la luz las cosas que le perjudican.

Como hubiera quedado fatal que lo hubiera dicho cuando se trataba de sus asuntos, ha aprovechado las fotos en yate de Núñez Feijóo confraternizando hace años con un narcotraficante para soltar el desahogo que debía llevar ya meses carcomiéndole las entrañas.

- Pobre Alberto, ha dicho su amigo Ignacio, lo que le hacéis a mi colega no tiene nombre, con lo bueno que es el el chico. Es que le estáis haciendo sufrir mucho, y eso no es justo.

Me sabe fatal ponerme doctrinal, y más con todo un presidente de comunidad autónoma, pero no tengo más remedio que recordarle aquí a Ignacio González que precisamente eso, que su amigo Alberto o él mismo se pongan de los nervios cuando unos profesionales de la información hacen su trabajo, es lo que dota de sentido al periodismo.

El periodismo se hace más grande en la medida en que mejor toca los huevos. Su objetivo no es tocar los huevos exactamente, pero mucho menos lo es arredrarse, achantarse o autocensurarse por miedo a que un poderoso se cabree con lo que publicamos.

Hay que recordarle al desenvuelto preboste de la comunidad de Madrid que en el ADN del trabajo periodístico está evitar la impunidad del poderoso, que éste no deje de sentir en el cogote nuestro aliento para que no olvide nunca que gestiona un poder delegado y que esa gestión no es una patente de corso como me consta que muchos tienen la tentación de pensar.

Los poderosos tienden a perder la perspectiva, a laminar de su entorno las voces críticas y a rodearse de turiferarios. Sobre todo si tienen "caca". Y por eso, cuando por la mañana se desayunan con una información que les incomoda estallan en cólera. No soportan que los pillen en bragas.

Por eso se esfuerzan en comprar medios, en "marionetear" directivos, en distribuir doctrinas y argumentarios entre sus tertulianos y comentaristas paniaguados. Pero no le pueden poner puertas al campo y lo saben.

Da cierta pereza constatar esto a diario en los despachos mañaneros de cualquier jerifalte, ya sea político, empresario, o cabeza visible de cualquier institución.

- Ese periodista es un hijo de puta, braman cuando una información no les favorece.

Puede que en alguna ocasión lleven razón, porque en todas las profesiones cuecen habas. Pero no me imagino a Obama imprecando de ese modo a un periodista cuando una información le incomoda. Ni a Clinton, ni siquiera a los Bush. Y no me los imagino porque, en los países democráticos serios, sus presidentes no retransmiten sus comparecencias por plasma, ni convocan ruedas de prensa sin preguntas, ni hacen lo imposible por eludir la justicia  -cuando no mangonearla-, ni huyen del Senado y de los hoteles por las puertas traseras, ni esconden la cabeza bajo el ala durante meses cuando las cosas no pintan bien.

El presidente madrileño, como su ínclito y sórdido jefe de filas, como tantos otros responsables de instituciones en nuestro país deben entender ya de una vez por todas que la mejor garantía para la supervivencia de un sistema democrático es la existencia de una prensa libre. Los límites a la información no los marcan los políticos. ¡Pesaos, que sois unos pesaos!

J.T.

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