miércoles, 23 de octubre de 2013

El "patio" periodístico necesita un buen meneo


La connivencia entre los políticos y los periodistas en España es una de las distorsiones que más ha perjudicado a la tarea de comunicar en nuestro país. Las bibliotecas contienen decenas de volúmenes escritos por periodistas en los últimos decenios donde se demuestra cómo esa relación, tan jugosa para quienes la protagonizan como perjudicial para la esencia del trabajo informativo, se ha practicado desde los comienzos de la llamada Transición hasta nuestros días. 

No hubo entonces línea divisoria entre hacer pasillos en el Congreso, codearse con sus señorías en el baño o tomando un café… y el desenfadado compadreo que acababa derivando no en cuidar las fuentes, sino en publicar solo aquello que esas mismas fuentes consideraban apropiado. 

Se instaló en la práctica diaria del periodismo en nuestro país el nefasto “off the record”: tú, periodista, tienes el privilegio de contar con una información que yo te doy, pero sólo te la doy a cambio de que no la publiques. No a cambio de no citar la fuente, no, lo que sí sería legítimo, sino a cambio de que no la publiques, a cambio de que estafes al destinatario último de la razón de tu trabajo.  
Esto convirtió, y continúa convirtiendo, a muchos profesionales de la información en España en silenciosos cómplices de verdaderas bombas de relojería. Durante años algunos se dejaron utilizar, muchos abandonaron la crónica, la entrevista y el reportaje para transmutarse en opinadores “bien informados” y mejor pagados… y otros se convirtieron lisa y llanamente en comerciales de publicidad o empresarios de la comunicación. 

Todas las fronteras acabaron transgrediéndose con los directores de los medios a la cabeza y cuando llegaron los tiempos de la televisión privada, aquello fue ya “puro lejano oeste”. El sistema de concesión de canales fue, y continúa siendo, tan perverso como el resto de las relaciones entre políticos y periodistas. Uno de los episodios que más perjudicó a la libertad de expresión y que más propició el mamoneo entre periodistas y políticos. 

Quien quiera puede consultar en algunos de los libros escritos por Pedrojota, por ejemplo, cómo se jacta de haber sido mentor y tutor de Aznar antes que éste llegara al poder. Luis María Anson poseía ya un amplio currículum de “conspirador” cuando encabezó con Camilo José Cela en 1994 en Marbella el nacimiento de la AEPI (Asociación de Periodistas Independientes), un grupo de comunicadores beligerante con la situación política de aquellos momentos y que acabó siendo conocida como”el sindicato del crimen”. 

Cebrián, competente como director de periódico, hizo bueno el principio de Peter cuando abandonó esta tarea para empezar a meterse en todos los charcos, a no dejar de tocar palos diferentes hasta conseguir alcanzar su propio nivel de incompetencia, fumigarse el imperio Polanco y verse obligado a ponerlo en manos de fondos de inversión americanos y algún que otro desaprensivo buitre añadido. 

Son solo algunos ejemplos, dado que esto es un post y no una tesis doctoral. Nombro a algunos de los jerifaltes, pero la lista engorda, y mucho, a medida que repasas los escalafones y las nóminas de asesores y tertulianos. 

Esto en cuanto a los medios privados porque, como se sabe, los nombramientos de los responsables de los medios públicos son designaciones políticas que, cuando han recaído -escasas veces- en profesionales teóricamente neutrales han derivado en patéticos episodios con desenlaces traumáticos. Vamos, que han acabado como el rosario de la aurora. 

Parece evidente que todo este patio necesita un buen meneo. En plena prehistoria de la era digital (en el primer minuto del partido, como ha dejado dicho alguien) ya parece atisbarse que las connivencias entre políticos y periodistas lo tienen un poco más crudo para monopolizar y canalizar una información que ahora, desde mil frentes distintos, consigue llegar sin trabas al gran público, a todo bicho viviente esté donde esté. 

Esta novedosa y revolucionaria coyuntura podría propiciar la recuperación del auténtico sentido del periodismo, que viene obligado a reinventarse y replantearse todo: desde sus fuentes de financiación hasta lo que significa estar permanentemente expuesto a ser juzgado por tu trabajo, conocer lo que opina sobre su contenido quien se interesa por él y entender que la llamada “interactividad” ha llegado para quedarse. 

Las connivencias quizás no desaparezcan nunca, como lo demuestra la pugna por contar con webs y periódicos digitales que existe en estos momentos en todas las organizaciones, instituciones y demás entidades habituadas a mangonear en los medios. Pero esta nueva manera de llegar al gran público deja también abiertas las puertas, de par en par, al periodismo en estado puro para quien sepa y quiera practicarlo. Esa manera de trabajar tiene que encontrar su modo de sobrevivir, es verdad, pero en igual tesitura se encuentran quienes durante años impusieron y rentabilizaron la connivencia, el “off the record”, la conspiración y las informaciones privilegiadas.

J.T.

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