sábado, 30 de noviembre de 2013

La muerte de Canal 9… ¿será la única?


Canal 9 no es solo Canal 9. Todas las televisiones públicas de este país son Canal 9. Por las siguientes razones: 

1. La televisión pública es cara, está mal administrada y en términos económicos la relación calidad-precio es escandalosa, ruinosa y muy, pero que muy mejorable. Las televisiones públicas, empezando por la estatal, han administrado siempre el dinero de los contribuyentes con largueza, desahogo y alegría. Demasiada alegría. 

2. Las televisiones públicas nunca han estado al servicio de los ciudadanos, sino de los intereses políticos del gobierno del que dependen. 

3. Las televisiones públicas, salvo históricas excepciones, siempre han estado comandadas por comisarios políticos a quienes lo único que les ha importado es velar por los intereses del partido que gobernaba en cada momento. Para eso los colocan y a fe que cumplen y han cumplido su cometido con indiscutible eficacia y competencia. 

4. A las televisiones públicas nunca les interesó la información. Salvo que sus gestores hayan podido llegar a estar convencidos de que la propaganda es información, claro. 

5. Las televisiones públicas fueron la cuna de la telebasura. 

6. Las televisiones públicas han despilfarrado, despilfarran y despilfarrarán. 

7. Las televisiones públicas actúan y han actuado contra la esencia de su razón de ser: ni han fomentado la cultura, ni se han preocupado por ser útiles a los ciudadanos, ni han sido jamás un servicio público a menos que entendamos como tal, por ejemplo, suplantar el cometido de las agencias matrimoniales para ancianos o dedicarse a hacer caridad con las víctimas de los recortes. 

8. Las televisiones públicas han funcionado siempre con sectarismo, con listas negras, en clave de sumisión y jugando con el miedo de sus empleados a la pérdida de una prebenda, un plus o una mamandurria cualquiera. 

9. Las televisiones públicas han matado las ilusiones y las esperanzas de cientos de profesionales que, una vez constatada la imposibilidad de hacer una televisión digna, optaron por aplicar mentalidad práctica, echarse a dormir y vivir cómodamente amparados por la legislación vigente. 

10. Las televisiones públicas instalaron en el desencanto a todo aquel que en algún momento porfió por elaborar un producto digno, decente y en línea con el espíritu de la existencia de este tipo de presunto servicio público. 

Pero en las televisiones públicas también, y a pesar de tanta queja, de tanto desencanto, de tanto desamor y tanto desánimo, muy pocos entre sus empleados tomaron en su momento decisiones drásticas, muy pocos se marcharon y, por supuesto nadie denunció. 

Hasta que la condena a muerte de Canal 9 fue irreversible, nadie dentro de ese canal tiró de dignidad para denunciar manipulaciones ni censuras, nadie porfió para llevar entrevistados vetados, como por ejemplo la portavoz de los afectados por el accidente del metro de 2006, invitada estrella en la madrugada de la “rebelión”. 

Ahora sí, ok. Pero ahora ya… es demasiado tarde. La rebelión de la madrugada de este 29 de noviembre en Canal 9 tenía que haberse producido mucho antes. 

Espero que tomen nota quienes viven y soportan las mismas tropelías que los profesionales de Canal 9 en otras televisiones públicas a las que, nunca mejor dicho, también les pueden quedar tres telediarios de vida. O menos. 

J.T.

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