lunes, 25 de diciembre de 2017

El discurso previsible


Si, como sostienen varios científicos de la universidad estadounidense de Notheastern (Massachussets), el comportamiento humano es previsible en un noventa y tres por ciento, el discurso navideño de Felipe de Borbón certificó con creces su condición humana: quienes se lo escribieron decidieron no hacer uso siquiera del siete por ciento que los estudiosos conceden a la improvisación o a la capacidad de sorprender: el preparado monarca fue previsible al cien por cien.

Los resultados de las elecciones del jueves pasado en Catalunya habían dejado en evidencia su agresivo discurso del pasado tres de octubre, en el que el rey tomó partido por una de las partes. Ahora, pues, no le quedaba más remedio que buscar la manera de reconducir mínimamente la situación, tragarse sus propias palabras sin que se notara demasiado e intentar buscar una vía de salida para salvar los muebles.

“Hay que reconocer que no todo han sido aciertos; que persisten situaciones difíciles que hay que corregir y que requieren un compromiso de toda la sociedad para superarlas” –reconoció. Música muy diferente a la de su alocución dos meses antes, cuando espetó: “Sé muy bien que en Catalunya hay mucha preocupación y gran inquietud con la conducta de las autoridades autonómicas. A quienes así lo sienten, les digo que no están solos, ni lo estarán; que tienen todo el apoyo y la solidaridad del resto de los españoles, y la garantía absoluta de nuestro estado”.

El tono de Nochebuena, tras los resultados del 21D, obligaba a plegar velas: “Estoy seguro de que nadie desea una España paralizada o conformista, sino serena y atractiva –dijo textualmente-, que ilusione, una España serena, pero en movimiento y dispuesta a evolucionar y a adaptarse a los nuevos tiempos. Sobre la base sólida -añadió- de los principios democráticos y valores cívicos de respeto y diálogo que fundamentan nuestra convivencia”. ¿Abrió Felipe VI con esta frase la puerta a reformar la Constitución, como interpreta en su editorial navideña el diario El País?

Los representantes del nuevo Parlament, continuó el rey en su previsible discurso, “ahora deben afrontar los problemas que afectan a todos los catalanes, respetando la pluralidad y pensando con responsabilidad en el bien común de todos. El camino no puede llevar de nuevo al enfrentamiento o la exclusión que, -como sabemos ya- solo generan discordia, incertidumbre, desánimo y empobrecimiento moral, cívico y -por supuesto- económico de toda una sociedad”.

Nada de recordar lo atípico de unas elecciones con candidatos en la cárcel o en el extranjero, nada de reconocer que gran parte de la responsabilidad del momento que se vive la tiene él mismo por la manera de echar gasolina al fuego en su discurso anterior. Nada de lo siento, me he equivocado, no volverá a suceder, sino templar gaitas sin que se note mucho apelando a “la serenidad, la estabilidad y el respeto mutuo de manera que las ideas no distancien ni separen a las familias y a los amigos”. A buenas horas, mangas verdes.

Como recuerda Ana Pardo de Vera en su columna de Público este 25 de diciembre, ¿acaso “se creyó el monarca que con unas elecciones convocadas por el gobierno central en Catalunya se acababa el problema? Mal monarca tenemos, entonces, que carece de la intuición del observador neutral y se deja llevar por las pasiones electoralistas y cobardes del gobierno de parte”. Con palabras de Lluís Bassets, también de este lunes, en la edición digital en El País, Felipe VI “empezó su reinado en 2014, el año escogido por el independentismo para llegar a la autodeterminación, coincidiendo con el tricentenario de la caída de Barcelona en la guerra de sucesión, el referéndum escocés y la oportunidad que ofrecían la crisis económica, política e incluso institucional. En este persistente envite se lo juega todo, su reinado y su corona, identificada como nunca con la democracia y la Constitución. Al final de la partida, será rey de Catalunya o no será”. Pues eso. Parece lógico pues, que con estos mimbres, el discurso acabara siendo perfectamente predecible, dictado quizá por el instinto de supervivencia, el más humano de los instintos. Predecible y pelín aburrido, que todo hay que decirlo.

 J.T.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Mis amigos catalanes


Me cuesta mucho reconocer en mis amigos catalanes favorables al soberanismo a aquellas personas con las que fui feliz durante tantos años cuando podíamos hablar y discutir de cualquier cosa sin que ninguna discrepancia pusiera jamás en peligro nuestros afectos.

De un tiempo a esta parte mis conversaciones con ellos, aunque continuemos disfrutando de sofisticados gintonics cuando nos vemos, o de rebuscados platos regados con prestigioso vino catalán, por supuesto, ya no son lo que eran. Si escogemos hablar de literatura, música, fútbol o política internacional, todo va bien por mucho que nuestros puntos de vista no coincidan en absoluto pero ay, amigo, cómo cambia la cosa cuando llegamos a la cosa, la gran cosa, esa única cosa que parece existir en el mundo desde hace ya tantos meses, ¿o son años? Cuando la conversación desemboca en el dichoso asunto, la tal cosa nos engulle sin miramientos y la atmósfera empieza a enrarecerse hasta que el aire se hace irrespirable porque todo se transmuta, todo se agría, todo se jode sin remedio.

Ahora me critican mis artículos, me llaman equidistante, me instan a tomar partido entre los buenos y los malos y a mí me cuesta reconocerlos en tal deriva. Hay que elegir, Juan, o ellos o nosotros, llegó a decirme mi amigo M. el otro día. Y yo, claro, me asusto, porque esto hace tiempo que dejó de ser una broma, aunque fuera de Catalunya muchos hasta ahora no se hayan acabado de caer del guindo, y me asusto sobre todo cuando verifico que quienes han llegado a tal punto son amigos míos queridos, no gente ajena ni lejana.

Me asustan ellos y me asustan también aquellos otros colegas y familiares catalanes que se sitúan al otro lado del tablero. La lluvia de mensajes de guasap que recibo estos días, tanto de unos como de otros transpiran frentismo, agresividad, rencor. Histeria. Se acusan entre ellos de las mayores atrocidades, y se insultan y amenazan como nunca imaginé que lo harían gentes que conforman un pueblo cuya manera de entender la vida me fascinó hace ya muchos años hasta el punto de llegar a enamorarme, pero que a día de hoy me mantiene confuso y desconcertado.

Ahora solo quiero ganar, Juan, lo demás no importa, me decía el otro día mi amigo O. de Girona, incondicional del procés desde hace cuatro años y activista entregado a la causa desde entonces en cuerpo y alma. Tenemos que derrotar a los golpistas como sea, me comentaba al día siguiente J.M., de Cornellà. ¿Que hay que apoyar a Arrimadas? Pues se le apoya, remataba este miembro del psc de toda la vida.

Y cuando les preguntas qué van hacer con la victoria, cómo van a gestionar los resultados, ahí empiezan ya a estrellarse los talentos tanto en un lado como en otro. Están partidos por la mitad y se niegan a pensar, o a decir lo que tienen pensado, para más allá del día veintiuno, fecha de la convocatoria electoral autonómica. A muchos todo esto les parece una ópera bufa, pero a mí empieza a parecerme una tragedia que no me pienso tomar a la ligera.

Las muchas barbaridades aparecidas en twitter en estas últimas semanas son un pésimo síntoma, un aviso de que cualquier chispa podría acabar provocando un incendio de complicado control. Ya sé que suena alarmista y lo lamento, pero la historia está llena de ejemplos sobre la delgada línea que a veces separa a quienes muy bien pueden estar un día en el bar contándose chistes entre caña y caña, y a la jornada siguiente matándose entre ellos sin compasión alguna. “La Vaquilla”, de Berlanga y las parodias de Gila: oiga, ¿es el enemigo, podríais retrasar la guerra unos días, que tenemos que votar? ¡Ah! ¿que vosotros también votáis? ¿y eso por qué?

J.T.