martes, 9 de enero de 2018

Interviú y Tiempo, criaturas predilectas de Antonio Asensio


Interviú nació el veintidós de mayo de 1976, dieciocho días después del diario El País, cuando se cumplían los primeros seis meses de la muerte de Franco. Ambas publicaciones se anticiparon a la llegada de Adolfo Suárez a la presidencia del gobierno y, con Diario16, cuyo primer número salió a la calle el dieciocho de octubre del mismo año, se convirtieron en los altavoces más frescos de los acontecimientos políticos de aquel entonces: el referéndum para la reforma política, la disolución de las cortes franquistas, las primeras elecciones constituyentes o la redacción de la Constitución y el referéndum que la respaldó.

Tiempo nació en 1982, un año largo después del intento de golpe de Estado del 23 de febrero, tras una etapa embuchada como suplemento de Interviú. La puso en marcha Julián Lago hasta que años más tarde fue sustituido por Pepe Oneto, quien cambió la dirección de la batalladora Cambio16 por la de la revista con la que Antonio Asensio Pizarro aspiraba a consolidar su oferta informativa en los quioscos. Interviú fue la piedra sobre la que se construyó el Grupo Zeta y Tiempo el papel celofán con el que Antonio Asensio, su fundador, quiso revestir la empresa una vez conseguido el éxito económico. El éxito económico fue indiscutible y se debe a la osadía de cuatro jóvenes catalanes –Jerónimo Terrés, José Ilario, Javier Salvadó y Antonio Asensio- dispuestos a quitarle la caspa al periodismo del país y la ropa a cuanta famosa no tuviera inconveniente en aparecer desnuda en las páginas de aquella revista.

Interviú contaba con un brillante director ejecutivo llamado Darío Giménez de Cisneros y un prestigioso director periodista que respondía al nombre de Antonio Alvarez Solís, pero quien realmente mandaba en la revista era Antonio Asensio. Él era quien cortaba el bacalao, a él correspondían las decisiones últimas, el manejo de la escaleta y la potestad para cambiar de opinión en el último momento y sustituir el tema principal o la portada incluso a escasas horas del cierre de la edición. Era el patrón y ejercía. Asumía el riesgo, no echaba la culpa a nadie cuando algo no salía bien y, en consecuencia, le correspondía la mayor parte del mérito cuando las decisiones eran acertadas. Dieron con la fórmula a base de aplicar la vieja técnica de ensayo-error. En los primeros tres meses se equivocaron muchas veces, pero a partir de entonces las ventas se dispararon hasta llegar al millón de ejemplares semanales. Además de las chicas desnudas, el secreto consistía en ofrecer un cóctel donde cabían investigaciones de las fechorías del franquismo, denuncias de corrupción, reportajes provocación con Luis Cantero como redactor estrella, una sección de sucesos con reporteros de la talla de Pedro Costa Muste o Margarita Landi, entrevistas políticas de primer nivel, columnas de opinión en las que firmaban personajes tan dispares como Eleuterio Sánchez o José Luis de Vilallonga y viñetas de humor de los mejores dibujantes que había entonces en España. La revista dio tanto dinero que sus inventores no tardaron en promover un periódico diario y una treintena de cabeceras más, de periodicidad semanal o mensual, para cuya supervivencia aplicaban sin piedad el método marca de la casa: cuando algo no funcionaba, se cerraba inmediatamente y a otra cosa mariposa.

Contrató Asensio a los mejores periodistas de las revistas de la competencia por el infalible método de pagarles el doble de lo que cobraban en sus respectivas empresas. En el Consejo Editorial del Grupo, reconocidos profesionales de derechas como Manuel Martín Ferrand cohabitaban con combativos periodistas de izquierdas como Eliseo Bayo o polémicos conductores de programas deportivos como José María García. En las páginas de Interviú y de Tiempo se encuentra buena parte de los mejores trabajos periodísticos de una época clave en la historia de España. Las crónicas y entrevistas que en ambas publicaciones pueden consultarse nos ayudan a entender lo que pasó durante los primeros quince años que transcurrieron desde la muerte de Franco. Luego todo cambió, cuando los intereses de Asensio derivaron hacia la propiedad de una televisión, Antena Tres, la inversión en equipos de fútbol y la pugna por los derechos de retransmisión de los partidos.

Me pregunto qué hubiera pasado si Antonio Asensio no hubiera muerto en el 2001, cuando solo tenía 53 años. Estoy seguro que sus herederos y sucesores al frente de la gestión del grupo lo han hecho lo mejor que han sabido, pero siempre nos quedaremos sin conocer qué habría pasado si el fundador de Zeta viviera aún. Quizás, puede ser, habría cerrado Interviú y Tiempo mucho antes, si hubiera concluido que eran productos que no daban más de sí. Las habría cerrado antes que los números rojos llegaran a los siete millones de euros, pero se habría inventado otra cosa. En los tiempos de internet y de las redes sociales, no me cabe la menor duda que el espíritu con el que fueron creados Interviú, Tiempo, El Periódico y tantos otros productos del Grupo Zeta habría sabido asombrarnos de nuevo.

No creo que Asensio hubiera podido remediar la crisis que vive el sector, claro que no, pero también es cierto que en el panorama informativo de nuestro país necesitamos empresarios de prensa audaces dispuestos a jugarse el tipo por publicar una información, tal como en su día lo hicieron él, Juan Tomás de Salas o Jesús de Polanco. Ahora no hay personajes así; ahora quienes mandan en los periódicos y en los medios de comunicación en general son los bancos, Telefónica, El Corte Inglés, fondos de inversión sin alma y representantes de países del Golfo que no saben qué hacer con el dinero que ganan con el petróleo. Interviú y Tiempo llegaron a ser lo que fueron porque ofrecían periodismo fresco. Es triste que esa etapa se haya acabado sin que hayamos sido capaces de encontrar el recambio. En 1976 nacieron Interviú, El País y Diario16. De los tres solo queda El País, pero esa es ya otra historia.

J.T.

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